jueves, 26 de abril de 2012

shâh mâta

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Chaturanga, el juego de las cuatro partes.
En la India del siglo VI existía cierto juego, el chaturanga, del que se cree que se usaba para representar una batalla y de esa manera idear estrategias en el campo. Por eso su nombre, que en sánscrito significa juego de cuatro partes, señalando las cuatro partes en las que se dividía el ejército en el juego. Tal vez Tutankamón (1300 aC) ya lo conociera porque en su tumba se halló un tablero cuadriculado y piezas con significativa semejanza al ajedrez que conocemos. Lo que sí parece seguro es que del chaturanga derivó el shatranj,
shatranj
 variante del chaturanga jugada principalmente en Persia alrededor del 600.

 La Alferza, predecesora de la Reina; el Elefante, predecesor del Alfil moderno, («al pil» en persa, «el elefante»); la Torre o Carro de Guerra; el Caballo; el Rey, que define el final del juego y los peones, soldados o infantería, son las identificaciones más claras con nuestro actual ajedrez.

La expresión shâh mâta proviene de la situación de acoso al Rey, el Sha de Persia, y significa EL REY NO TIENE ESCAPATORIA (nuestro actual jaque mate). La historia de cada pieza se cuenta en un estudio interesante, casi psicológico, de sus movimientos.
Resulta que aún siendo el Rey lo más importante del juego, su pequeña movilidad se explicaba porque el Rey era un gobernante sabio y no un guerrero. En una guerra librada por generales, el juego terminaba cuando el Rey era capturado por el enemigo. Para contrarrestar tamaña debilidad de movimiento, de sólo un escaque por vez, en el siglo XVI se inventó el enroque.  

La Reina tiene la historia más interesante de todas las piezas de ajedrez. En primer lugar, esta figura representaba a un hombre, el consejero del rey llamado "Firzan". Se podía mover un campo en diagonal y servía para la seguridad del rey. Para cuando el ajedrez ingresó a Europa, los españoles, que no conocían el significado de "Firzan", la asimilaron a una Reina, por estar de pie junto al rey y la dotaron de todos sus movimientos actuales haciéndola la pieza más poderosa del tablero.  

La Torre era conocida ya en el chaturanga, pero no como tal, sino como un carro de guerra llamado "Rukh". En el año 1527, Vida, obispo de Albay, publicó un poema que relataba una partida de ajedrez entre Apolo y Mercurio donde las torres eran fortificaciones en la espalda de un elefante. A partir de allí, el carro se identificó con una torre.  

El Obispo era representado como un asistente armado sentado en el lomo de un elefante y por lo tanto los árabes llamaron a esta figura "al-fil", que significa "elefante". Sin embargo, en el centro de Europa no se conocían los elefantes y entonces los obispos fueron interpretados de manera diferente por las distintas naciones. Es por eso que el obispo es un "Läufer" (corredor) en Alemania, un "fou" (loco) en Francia y un "Alfiere" (estandarte) en Italia. El movimento de esta pieza cambió en el siglo XV, de poder saltar sólo un campo en diagonal terminó pudiendo moverse en diagonal todo lo que se quisiera.  

El Caballero cambió muy poco a través de la historia. En el chaturanga ya tenía su salto especial y los indios lo representaban como un guerrero a caballo con un escudo y una espada.  

El Peón tuvo el papel de un soldado desde el comienzo, pero en la Edad Media los monjes trataron de representar a los peones como ciudadanos. Así, el primer peón (por encima de la torre izquierda) era un trabajador agrícola, el segundo un herrero, el tercero, un tejedor, el cuarto un hombre de negocios, el quinto un médico, el sexto un posadero, el séptimo un policía y el octavo un jugador. También en el siglo XV, esta pieza cambió su movimento permitiéndosele un primer avance doble.  
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Fascinante juego es el AJEDREZ
inspira versos como el de Borges
I
En su grave rincón, los jugadores 
rigen las lentas piezas. El tablero 
los demora hasta el alba en su severo 
ámbito en que se odian dos colores.  

Adentro irradian mágicos rigores 
las formas: torre homérica, ligero 
caballo, armada reina, rey postrero, 
oblicuo alfil y peones agresores.  

Cuando los jugadores se hayan ido, 
cuando el tiempo los haya consumido, 
ciertamente no habrá cesado el rito.  

En el Oriente se encendió esta guerra 
cuyo anfiteatro es hoy toda la tierra. 
Como el otro, este juego es infinito.  

II  
Tenue rey, sesgo alfil, encarnizada 
reina, torre directa y peón ladino 
sobre lo negro y blanco del camino 
buscan y libran su batalla armada.  

No saben que la mano señalada 
del jugador gobierna su destino, 
no saben que un rigor adamantino 
sujeta su albedrío y su jornada.  

También el jugador es prisionero 
(la sentencia es de Omar) de otro tablero 
de negras noches y blancos días.  

Dios mueve al jugador, y éste, la pieza. 
¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza 
de polvo y tiempo y sueño y agonías?  
AJEDREZ


y religiosidad como la de Pérez Reverté

Soy un mal jugador; pero crecí entre libros, marinos y ajedrecistas, y mis primeros recuerdos están unidos a la imagen de mi padre y sus amigos inclinados sobre un tablero, entre humo de cigarros y pipas. 

Me acerqué a ese juego desde muy niño, incluso antes de comprenderlo, intuyendo en él claves útiles sobre los misterios insondables o estremecedores de la vida. 

Después, los cuadros blancos y negros, las piezas en sus escaques, me ayudaron a entender mejor el mundo por donde eché a andar temprano, mochila al hombro. 

Gracias al ajedrez, o a los perfectos símbolos que lo inspiran -repito que soy jugador mediocre, a menudo torpe-, encajé de modo razonable el miedo al aguzado alfil, el horror de la torre devastadora, la soledad del peón aislado en su casilla, los cuadros blancos, negros, fundidos en grises, de la turbia condición humana. 

Y mientras estuve -todos estamos alguna vez, tarde o temprano- en el vientre del caballo de madera esperando mi turno para degollar troyanos dormidos, y luego, cuando al regreso con sangre en las uñas la vida me despobló el cielo de dioses, el ajedrez me dio respuestas, consuelo, sosiego y media docena de certezas útiles con las que ahora envejezco, leo, navego y escribo novelas. 

Otros van a la iglesia, y yo voy al ajedrez. 

De puntillas, con humildad y respeto, a ver oficiar los misterios de la vida.  

COMO QUIEN ASISTE A MISA.


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