miércoles, 16 de mayo de 2012

REUNIÓN


New York,   Grand Central Station 


  La última vez que vi a mi padre fue en la Estación Gran Central. Yo iba de la casa de mi abuela, en los Adirondack, a un cottage en el Cabo alquilado por mi madre, y escribí a mi padre que estaría en Nueva York, entre dos trenes, durante una hora y media, y le pregunté si podíamos almorzar juntos. Su secretaria me escribió diciendo que él se encontraría conmigo a mediodía frente al mostrador de información, y a las doce en punto lo vi venir entre la gente.

Para mí era un desconocido –mi madre se había divorciado de él hace tres años y desde entonces no lo había visto- pero apenas lo vi sentí que era mi padre, un ser de mi propia sangre, mi futuro y mi condenación. Supe que cuando creciera me parecería a él; tendría que planear mis campañas ateniéndome a sus limitaciones. Era un hombre alto y apuesto, y me complació enormemente volver a verlo. Me palmeó la espalda y estrechó mi mano. -Hola, Charlie –dijo-. Hola, hijo. Me agradaría llevarte a mi club, pero está en la calle 60, y si tienes que tomar el tren será mejor que comamos aquí. –
 Whiteface Mountain en el maciso montañoso de Adirondack, desde Lake Placid Airport.

Me pasó el brazo sobre los hombros, y yo olí a mi padre del mismo modo que mi madre huele una rosa. Era una intensa mezcla de whisky, loción de afeitar, pomada de zapatos, lanas y el olor de un varón maduro. Abrigué la esperanza de que alguien nos viera juntos. Deseé que pudiéramos fotografiarnos. Quería conservar un recuerdo de nuestra reunión.

Salimos de la estación y entramos por una calle lateral, y entramos en un restaurante. Aún era temprano, y el local estaba vacío. El barman estaba disputando con un repartidor, y al lado de la puerta de la cocina había un camarero muy viejo con una chaqueta roja. Nos sentamos, y mi padre llamó en alta voz al camarero. -Kellner! –gritó-. Garçon! Cameriere! ¡Usted! –En el restaurante vacío su estridencia parecía fuera de lugar.
-¡Alguien que pueda atendernos! –gritó-. Chop-chop.
–Después, batió palmas. Así atrajo la atención del camarero, que arrastrando los pies se acercó a nuestra mesa. -¿Usted golpeó las manos para llamarme? –preguntó. -Cálmese, cálmese, Sommelier –dijo mi padre-. Si no es demasiado pedirle... si no significa imponerle una obligación excesiva, desearíamos un par de Gibson(*).

-No me gusta que me llamen golpeando las manos –dijo el camarero. -Tendría que haber traído mi silbato –dijo mi padre-. Tengo un silbato que es audible sólo para los camareros viejos. Bien, prepare su anotador y su lapicito y vea si puede escribirlo bien: Dos Gibson. Repita conmigo: Dos Gibson.

-Será mejor que vaya a otro lugar –dijo en voz baja el camarero. -Ésa –dijo mi padre- es una de las sugerencias más brillantes que he oído jamás. Vamos, Charlie, salgamos de esta covacha.

Salí del restaurante con mi padre y entramos en otro. Esta vez no se mostró tan ruidoso. Llegaron las bebidas, y me interrogó acerca de la temporada del campeonato de béisbol. Después, golpeó con el cuchillo el borde de la copa vacía y de nuevo empezó a gritar. -Garçon! Kellner! Cameriere! ¡Usted! Puede molestarse en traernos dos más de lo mismo.

 -¿Qué edad tiene el muchacho? – preguntó el camarero. -Eso –dijo mi padre- qué mierda le importa. -Lo siento, señor –dijo el camarero- pero no serviré otra bebida al muchacho. -Bien, tengo algo que decirle –dijo mi padre-. Tengo algo muy interesante que decirle. Ocurre que no es el único restaurante en Nueva York. Abrieron otro en la esquina. Vamos, Charlie.

Pagó la cuenta y salimos de ese restaurante y entramos en otro. Aquí, los camareros tenían chaquetas rosadas, como cazadores, y de las paredes colgaban diferentes arreos. Nos sentamos, y mi padre empezó a gritar otra vez. -¡Perrero mayor! Iujuuú y todo eso. Queremos beber algo para el estribo. A saber, dos Bibson. -¿Dos Bibson? –preguntó el camarero, sonriendo. -Maldito sea, sabe muy bien lo que deseo –dijo irritado mi padre-. Quiero dos Gibson, y de prisa. Las cosas han cambiado en la vieja y alegre Inglaterra. Así me dice mi amigo el duque. Veamos qué puede darnos Inglaterra cuando pedimos un coctel.

John Cheever


-No estamos en Inglaterra –dijo el camarero. -No discuta conmigo –replicó mi padre-. Haga lo que le ordenan. -Pensé que tal vez desearía saber dónde está –dijo el camarero. -Si hay algo que no puedo tolerar –dijo mi padre-, es a los criados insolentes. Vamos, Charlie.

El cuarto lugar era italiano. -Buon giorno –dijo mi padre-. Per favore, possiamo avere due cocktail americani, forti, forti. Molto gin, poco vermut. -No entiendo italiano –dijo el camarero. -Oh, vamos –dijo mi padre-. Entiende italiano, y claro que lo entiende. Vogliamodue cocktail americani. Subito.

El camarero se retiró y habló con su jefe, que se acercó a nuestra mesa y dijo: -Lo siento, señor, pero esta mesa está reservada. -Muy bien –dijo mi padre-. Denos otra mesa. -Todas las mesas están reservadas –dijo el jefe de camareros. -Entiendo –dijo mi padre-. No desean servirnos. ¿Es así? Bien, váyase a la mierda. Vada all´inferno. Vamos, Charlie.

-Tengo que tomar mi tren –dije. -Lo siento, hijito –dijo mi padre-. Lo siento muchísimo. –Me pasó el brazo sobre los hombros y me apretó contra su cuerpo. –Te acompañaré a la estación. Si hubiéramos tenido tiempo de ir a mi club. -Está bien, papá –dije.

-Te compraré un diario –dijo-. Te compraré un diario, para que leas en el tren. Se acercó a un puesto de periódicos y dijo: -Amable señor, ¿tendría la bondad de hacerme el favor de venderme uno de sus malditos diarios vespertinos, esos que no sirven para nada y cuestan diez centavos?

–El empleado se apartó de él y miró fijamente la tapa de una revista. -¿Es mucho pedir, bondadoso señor –dijo mi padre-, es mucho pedir que me venda de esos asquerosos especímenes del periodismo amarillo? -Tengo que irme, papá –dije-. Es tarde.

-Vamos, espera un momento, hijito –dijo-. Nada más que un segundo. Quiero que este tipo me conteste. -Adiós, papá –dije, y bajé la escalera y abordé mi tren, y fue la última vez que vi a mi padre.  

John Cheever 
El nadador y otros relatos.


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*Gibson: Gin: 9/10,  vermouth 1/10.
Disponer hielo en un vaso de composición, agregar vermouth seco y revolver con la cuchara de composición, luego desechar sólo el vermouth, no el hielo, y añadir al vaso de composición gin. Revolver nuevamente hasta que esté frío y servir.

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